Todavía la recuerdo a ella, tirándose por detrás de la casa para salir al río huyendo de los golpes y maltrato de su esposo alcohólico, que ese día como otros cuando tenía la oportunidad llegaba a la casa perdido en el licor y poniéndole problemas a quien se le pasara por el frente. Especialmente a su fiel y débil mujer, que hacía todo para que él se calmara y se acostara a dormir antes de que volviera la casa nada pateando todo lo que encontrara a su paso o dañando a golpes los pocos utensilios que tenían en aquel lugar que más que una vivienda, parecía un rancho en ruinas. Porque no importaba que tanto dinero pasaran por sus manos, todo se iba al cajón de bares o tiendas de licor.

Pero para su abnegada esposa todo estaba bien. Era su marido por encima de todo y se había amarrado a tantas creencias que apenas respiraba por ella misma. Porque ante el mandato divino ella debía estar siempre sujeta a su marido. Además, continuamente repetía casi en verso el texto bíblico “el amor todo lo soporta, todo lo espera, todo lo sufre…” Todo esto creía y fingía estar bien y ser feliz. Aun viviendo en semejante infierno. Se jactaba de ser un ejemplo de mujer, hasta que en medio de su ilusoria perfección la señara perdió la razón.

Fui testigo de la situación que describo anteriormente y también de otras parecidas. He visto mujeres que han sacrificado la tranquilidad propia y la de sus hijos por vivir con hombres que en ocasiones solo les proporcionan la alimentación; en otras, ni eso. Están ahí año tras año para guardar las apariencias, por el qué dirán o según por mandato divino. Porque “lo que Dios ha unida que no lo separe hombre y hasta que la muerte los separe”. Y así, efectivamente muchas mujeres mueren en manos de sus conyugues víctimas de maltrato fisio y psicológico, porque les falta el valor de terminar con una relación enfermiza y dañina, que les roba la paz y la alegría. Algunas veces por el miedo a quedarse solas. Algunas han vivido tanto tiempo en este tipo de relaciones que su vuelven masoquistas y no saben cómo salir de esa insoportable cárcel.

No entienden cómo vivir fuera de una sociedad marcado por el patriarcado donde el papel de la mujer ha sido relegado al segundo plano y a la idea de estar siempre al “servicio” del marido y de los hijos. Esta y otras creencias se han vuelto modo de vida aún en tiempos llamados modernos. Según Ana D. CAGIGAS ARRIAZU,

Podríamos definir el patriarcado «como la relación de poder directa entre los hombres y las mujeres en las que los hombres, que tienen intereses concretos y fundamentales en el control, uso, sumisión y opresión de las mujeres, llevan a cabo efectivamente sus intereses». Esta relación de poder a desigualdad entre los dominadores: los hombres, y los subordinados: las mujeres. provoca desigualdad entre los dominadores: los hombres, y los subordinados: las mujeres.

Hemos estado siglos en esta situación y los esfuerzos para vivir en una sociedad más equitativa donde la Justicia vele por el bienestar de todos, ha sido insuficiente, porque todavía estas formas de violencia son el pan de cada día en muchos hogares. Por eso, conocemos poco de amor propio, de quedaremos y tratarnos bien. De escoger pareja como compañía y no como verdugos. No nos han enseñado a amarnos como seres únicos y valiosos. En cambio, hemos visto en carne propia el rigor del abuso físico y la manera como vivimos hoy concuerda significativamente con nuestras pasadas experiencias. Situación que se repite de generación en generación, porque los hijos viven esta realidad y siguen este mismo patrón.

Recuerdo a mi abuela, a mi madre y mis tías al servicio de los demás, especialmente de sus maridos. Y en esos escenarios, pocas veces vi el aprecio por sí mismas. Siempre estaba a la orden del día el cansancio, la queja por ayuda, por amor y consideración.

Claro que también es importante precisar, que en este punto cada quien da de lo que tiene en el corazón, de lo que ha aprendido. Y aquí es menester expresar que es hora de transformar la educación desde casa y en los planteles educativos, aunque lo anterior suene a frase repetida. Es urgente mirar esta situación y actuar ahora. Hay que ofrecer una educación que forme a la persona, no solo en competencias. Que vaya más allá y forme individuos primeramente con amor propio. Porque es complejo dar a los demás lo que uno no siente o tiene en sí mismo.

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